De acuerdo
Estábamos de acuerdo, eso era lo que habríamos querido. Las inclemencias del tiempo y otros compromisos impostergables habían demorado nuestro encuentro en varias ocasiones, pero esa tarde nada ni nadie podrían entorpecerlo. Lo que originalmente había sido planificado para las trece terminó siendo a las dieciséis, lo que fue pensado como un almuerzo termino siendo un paseo y un café.
Se me hace difícil recordar cuando empezamos a sentir esa necesidad casi enfermiza de estar juntos y cuales fueron los detonantes o los motivos que nos llevaron a decidirnos a hacerlo, pero a esta altura de los acontecimientos ya no importan los datos históricos, tan solo algunos hechos anecdóticos y sus consecuencias.
Aquel día era martes. El calor era agobiante, una típica tarde de verano en el centro. Después de una corta caminata sin palabras, entramos al café buscando aire fresco y el lugar apropiado para conectarnos. Tomamos asiento en una de las mesas centrales, lo más apartados que fuera posible de la mirada exterior. Ni ella ni yo lo sugerimos, de forma automática y sincronizada detectamos la ubicación ideal y la abordamos. Recuerdo que nos sonrojamos y después sonreímos inocentemente. La sensación de plenitud y alegría generada por estar juntos podía respirarse entre ambos; con el correr de los segundos, ese momento mágico fue aplacándose por el temor y por la culpa. No estábamos cómodos a pesar de haber avanzado un paso hacia nuestro deseo. El incipiente caos mental no nos dejaba disfrutar del momento, tampoco era posible volver el tiempo atrás; el maleficio impuesto por la conciencia era implacable. Nerviosos, con los dedos de las manos abrasados entre si por debajo de la mesa, los ojos esquivos, la ansiedad despierta en cada sentido. Era el momento esperado y sin embargo no podíamos controlar nuestra desesperación. Volví a preguntarme si estaba listo, y nuevamente creí estar seguro de hacerlo.
Mantuve por un instante la mirada fija en sus ojos. Mis sentimientos y mi deseo viajaban hacia ella por ese puente de comunicación visual sin acertar al destino, buscando la seguridad de su mirada, la mueca cómplice de alguna palabra, señales que hasta ese punto estuvieron ausentes de su parte. Sus ojos inquietos, deambulaban de un lado al otro como dos hamacas buscando los extremos sin detenerse.
En esta situación nos encontrábamos cuando llego el mozo del lugar e hizo que nos sobresaltáramos. Creo que de puro impulso pedí dos lagrimas sin siquiera consultarle, lo único que quería era que desaparezca y que nada vuelva a conspirar contra nuestro tiempo compartido. Me quede unos instantes perdido observando la figura que se alejaba; cuando volví a la realidad estaba mirándome. Lloraba sin emitir sonido y había puesto su mano derecha sobre la mesa con la palma hacia abajo. La tome con dulzura y después la sostuve con las dos manos sin dejar de mirarla. Habremos pasado unos minutos así sin decir palabra, dejando hablar a nuestros miedos, sometidos al roce de nuestros cuerpos y al clamor de nuestros pensamientos, que carentes de voz se comunicaban telepáticamente. La excitación iba en aumento, en balance justo y contrapuesto con la merma de nuestra pena. La distancia se acortaba. El producto de aquella fusión de almas, se manifestó ante nosotros como un destello intenso de luz azulada con centro esférico, y se repitió cinco o seis veces antes de desvanecerse. Sin duda, ese ser espiritual fue una señal para nosotros, un permiso divino.
Súbitamente una risa cercana volvió a separarnos del trance. Vimos al mozo que se acercaba a la mesa con nuestro pedido. La desconexión forzada no llego a separarnos del todo pero algo había cambiado, recuerdo que inmediatamente volví a mirarla y esta vez encontré en sus ojos claridad y determinación. Nos soltamos, busco en su bolso y lo puso sobre mi mano. Lo cargue, apunte y le dispare. Volví a cargarla, y cuando quise dispararme para escapar junto a ella de esta cárcel terrenal, fui impedido.
Estábamos de acuerdo en eso y no nos dejaron hacerlo, no me dejaron. Ahora he cambiado de prisión, pero la soledad es la misma.
(9/8/2006)
Se me hace difícil recordar cuando empezamos a sentir esa necesidad casi enfermiza de estar juntos y cuales fueron los detonantes o los motivos que nos llevaron a decidirnos a hacerlo, pero a esta altura de los acontecimientos ya no importan los datos históricos, tan solo algunos hechos anecdóticos y sus consecuencias.
Aquel día era martes. El calor era agobiante, una típica tarde de verano en el centro. Después de una corta caminata sin palabras, entramos al café buscando aire fresco y el lugar apropiado para conectarnos. Tomamos asiento en una de las mesas centrales, lo más apartados que fuera posible de la mirada exterior. Ni ella ni yo lo sugerimos, de forma automática y sincronizada detectamos la ubicación ideal y la abordamos. Recuerdo que nos sonrojamos y después sonreímos inocentemente. La sensación de plenitud y alegría generada por estar juntos podía respirarse entre ambos; con el correr de los segundos, ese momento mágico fue aplacándose por el temor y por la culpa. No estábamos cómodos a pesar de haber avanzado un paso hacia nuestro deseo. El incipiente caos mental no nos dejaba disfrutar del momento, tampoco era posible volver el tiempo atrás; el maleficio impuesto por la conciencia era implacable. Nerviosos, con los dedos de las manos abrasados entre si por debajo de la mesa, los ojos esquivos, la ansiedad despierta en cada sentido. Era el momento esperado y sin embargo no podíamos controlar nuestra desesperación. Volví a preguntarme si estaba listo, y nuevamente creí estar seguro de hacerlo.
Mantuve por un instante la mirada fija en sus ojos. Mis sentimientos y mi deseo viajaban hacia ella por ese puente de comunicación visual sin acertar al destino, buscando la seguridad de su mirada, la mueca cómplice de alguna palabra, señales que hasta ese punto estuvieron ausentes de su parte. Sus ojos inquietos, deambulaban de un lado al otro como dos hamacas buscando los extremos sin detenerse.
En esta situación nos encontrábamos cuando llego el mozo del lugar e hizo que nos sobresaltáramos. Creo que de puro impulso pedí dos lagrimas sin siquiera consultarle, lo único que quería era que desaparezca y que nada vuelva a conspirar contra nuestro tiempo compartido. Me quede unos instantes perdido observando la figura que se alejaba; cuando volví a la realidad estaba mirándome. Lloraba sin emitir sonido y había puesto su mano derecha sobre la mesa con la palma hacia abajo. La tome con dulzura y después la sostuve con las dos manos sin dejar de mirarla. Habremos pasado unos minutos así sin decir palabra, dejando hablar a nuestros miedos, sometidos al roce de nuestros cuerpos y al clamor de nuestros pensamientos, que carentes de voz se comunicaban telepáticamente. La excitación iba en aumento, en balance justo y contrapuesto con la merma de nuestra pena. La distancia se acortaba. El producto de aquella fusión de almas, se manifestó ante nosotros como un destello intenso de luz azulada con centro esférico, y se repitió cinco o seis veces antes de desvanecerse. Sin duda, ese ser espiritual fue una señal para nosotros, un permiso divino.
Súbitamente una risa cercana volvió a separarnos del trance. Vimos al mozo que se acercaba a la mesa con nuestro pedido. La desconexión forzada no llego a separarnos del todo pero algo había cambiado, recuerdo que inmediatamente volví a mirarla y esta vez encontré en sus ojos claridad y determinación. Nos soltamos, busco en su bolso y lo puso sobre mi mano. Lo cargue, apunte y le dispare. Volví a cargarla, y cuando quise dispararme para escapar junto a ella de esta cárcel terrenal, fui impedido.
Estábamos de acuerdo en eso y no nos dejaron hacerlo, no me dejaron. Ahora he cambiado de prisión, pero la soledad es la misma.
(9/8/2006)
2 Comments:
los ojos esquivos la ansiedad despierta en cada sentido....muy bueno.........
ahora he cambiado de prision, pero la soledad es la misma.....me encanto¡¡¡¡¡
Muchas gracias, me alegro que te haya gustado.
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